Me encuentro en una casa blanca americana tipo dúplex con porche y cristaleras en las puertas.
Estoy con una mujer rubia y yo soy pequeña (tengo unos 3 o 4 años). Hay un hombre alto y con pelo castaño, caucásico. Ambos tienen los ojos azules de mirada intensa y penetrante.
Recuerdo que se empeñaron en ir a acampar al monte. Nos vamos en un 4×4 rojo. Después de llegar allí, montan la tienda de campaña. Todo perfecto, todo en plan “familia feliz”.
Se va haciendo de noche. El hombre va en busca de leña porque empieza a refrescar. Mientras, la mujer me habla, juega conmigo y nos divertimos.
El hombre tarda en regresar, el cielo se oscurece por completo, reina la noche y el silencio es más sepulcral, más extraño. Empezamos a oír ruidos en la inmensidad.
La mujer entra en la tienda de campaña en busca de algo. Yo estoy jugando con piedras fuera de la tienda.
Algo me llama la atención. Veo una sombra en la lejanía. Corro hacia ella pensando que es el hombre. No hay estrellas, ni luna. Todo está muy oscuro. Veo que es el hombre que conozco. Él acelera su paso. Veo su mal aspecto: sangre, trozos de carne colgando, ojos desorbitados en una mirada asesina…
Me asusto y temo por mi vida. Se enciende el interruptor de la supervivencia y chillo. Siento miedo. Vuelvo chillando y corriendo a la tienda. Veo más sombras parecidas en la oscuridad. La mujer, alertada por mi chillido de socorro acude en mi busca con una linterna en la mano. La luz descubre al zombie del que huyo con demora. La mujer chilla aterrada. Vienen más sombras. Me coge en brazos y nos dirigimos a toda velocidad hacia el coche. Nos largamos.
Llegamos a la casa blanca. Entramos y la mujer llama a la policía. No hay línea. Llorando y con una mirada de terror y auxilio sale a la calle en busca de alguien que pueda tenderle una mano.
No hay nadie en la calle. El mismo silencio sepulcral. La oigo pedir ayuda desde dentro de la casa. Entra chillando. Empieza a cerrar puertas y ventanas. Se oye el sonido de alguien que va a morir.
Los zombies golpean puertas y ventanas sin piedad, mientras hacen ruidos con esas voces de ultratumba.
Me sube al piso de arriba donde se encuentra la buhardilla. Allí, a través de la escalera colgante del techo entramos en ella, mientras se oye el crujir de la madera del piso de abajo. Están entrando.
Con prisa, busca en la buhardilla algo donde poder escondernos. Ve un armario. Me mete en él. Con un susurro, me dice que me quiere muchísimo y que pase lo que pase no salga de allí, que va a buscar ayuda y volverá. Pero sabe en el fondo de su corazón que no va a volver y la mentira cae en su alma, como un buen trozo de plomo. Llorando, aprieta mi mano, me besa en la frente y cierra la puerta del armario.
Estoy sola y aterrada. Oigo pasos en la casa. Estoy aterrada. Sé que no va a volver, algo en mi interior me lo dice. El instinto de supervivencia me indica que me quede quieta y que no haga ruido.
Al rato, oigo chillidos de una mujer a la que están devorando viva. Chillidos de dolor. Noto como se me eriza el vello de la piel y se me corta la respiración. Siento terror, tengo el corazón latiendo muy deprisa.
Oigo pasos cada vez más cerca. Ahora solo hay silencio, han cesado los gritos. La puerta de la buhardilla chirría. Vienen a por mí. No entiendo por qué saben que estoy aquí.
Empiezan a subir. Oigo pasos arrastrados, huelo algo muy desagradable, huelo mi propio miedo, rezo para que no abran el armario.
Veo entonces, oscuridad por las rajitas de la ventana donde minutos antes veía luz. Está ahí, enfrente… sólo tiene que abrir la puerta…
La abre, y en una explosión que no sé qué es, consigo pasar entre sus piernas corriendo, bajo las escaleras de prisa y asustada. No se oye nada. Ando en silencio, de espaldas… me topo con algo por detrás… huelo una mezcla entre sangre fresca y un olor muy desagradable… al igual que el olor del armario…
Me cogen los hombros y me muerde en el cuello y chillo y chillo y chillo desesperadamente mientras rabio de dolor. Dolor mucho dolor. Siento cómo me desgarra la carne, cómo sus dientes intentan saciar su hambre, el ansia por devorarme. Como última medida desesperada por mantenerme viva, mi cuerpo patalea y golpea a mi agresor, pero es en vano.
A causa de mis gritos y del olor a carne fresca y sangre que desprendo acuden más zombies. Más mordiscos, más dolor, más desgarro de la carne, sangre por todas partes. Ansia, voracidad. Me muerden manos, piernas, brazos, vientre… me despedazan entera, me quedo inconsciente y solo recuerdo ojos inyectados en sangre, carne putrefacta, ansia, dolor, miedo… miedo a la muerte.
Despierto sobresaltada empapada en sudor y gritando tu nombre. Sí, tu nombre. Porque eres el próximo…
…Estamos detrás de ti, a tu espalda, esperando poder darte el primer mordisco.
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